viernes, 17 de septiembre de 2010

Estudios de Semiología

SEMIOLOGIA

La naturaleza del signo  - Estudios semióticos elementales

¿Qué es la Semiología?

La semiótica o semiología es la disciplina científica que trata del estudio de los signos en sus relaciones de coherencia, significado y uso. Etimológicamente, la palabra deriva del griego sema (signo, marca) que es también raíz del término semántica (estudio de los significados)

El término Semiología (o Semiótica, como también se conoce a esta disciplina), surge en los ámbitos de la medicina, como una denominación para los síntomas que el cuerpo humano presenta como indicios de enfermedades. “Hipócrates (460? – 377? a.C.) – fundador de la ciencia médica – vislumbró las formas en las que un individuo de una cultura específica, manifestaría y relacionaría la sintomatología asociada a una enfermedad como la base sobre la que se emitiría una diagnosis apropiada y después se formularía una prognosis adecuada”[1] (Prognosis: pronóstico)

Para Ferdinand de Saussure, a quien se considera fundador de la Semiología, esta disciplina corresponde al estudio de la lengua como signo, aunque puede extenderse a más allá de lo lingüístico.

El matemático y lógico norteamericano Charles Sanders Peirce, contemporáneo de Saussure, fue quien habilitó la denominación de Semiótica, como disciplina que estudia el signo, cualquier tipo de signo, no sólo el lingüístico, sino los correspondientes a todos los sentidos, con cierto énfasis en lo visual. El considera que la semiótica se ocupa de la observación del signo como una expresión que resulta de la interacción (semiosis) entre tres protagonistas: el Representamen  (lo que se percibe con los sentidos y representa a algo), el Objeto (aquello que es representado por el Representamen, por ejemplo, la palabrea casa, es signo representamen de un edificio de determinadas características destinado a vivienda, en general) y, finalmente, el Interpretante, “es la idea del signo en la mente de quien percibe el representamen. Es un concepto”[2]

Pierre Guiraud define a la semiología como “la ciencia que estudia los sistemas de signos: lenguas, códigos, señalizaciones, etc. De acuerdo con esta definición, la lengua sería una parte de la semiología”.

Para Roland Barthes, la semiología “tiene por objeto todos los sistemas de signos, cualquiera sea la sustancia y los límites de estos sistemas: las imágenes, los gestos, los sonidos melódicos, los objetos y los conjuntos de estas sustancias – que pueden encontrarse en ritos, protocolos o espectáculos – constituyen si no ‘lenguajes’, sí al menos sistemas de significación”.

Utilizando el término Semiótica, Umberto Eco clasifica a esta disciplina según se ocupe de: a) los códigos (Semiótica de la significación); b) la producción de los signos (Semiótica de la comunicación); pero antes que “partes”, estas serían “investigaciones sobre el signo bajo dos consideraciones distintas: el signo en sí mismo (en el caso de los codificados), o el signo en el uso (proceso de semiosis), que puede darse con signos codificados o con signos circunstanciales”[3]

 

Semiología y Semiótica


Entre semiología y semiótica la diferencia radica, en cierto sentido, en su diferente origen contemporáneo. Con independencia de su inicio en el pensamiento de los estoicos griegos, su recuperación moderna se debe, en gran parte, a la obra de dos autores fundamentales: Ferdinand de Saussure, en Francia, y Charles Sanders Peirce, en los Estados Unidos de Norteamérica.

Si bien, actualmente, los términos semiología y semiótica son considerados sinónimos[4], existen particularidades que los distinguen, como las que menciona Marta Marín en su libro “Conceptos claves”: De Semiología dice que es la “ciencia que estudia la significación y la interpretación de los signos dentro de la vida social, ya se trate de signos lingüísticos o de otro orden (icónicos, por ejemplo). Algunas corrientes de investigación consideran que la semiología es el dominio de la lingüística que estudia la producción de significaciones de las grandes unidades significantes (texto y discurso). La semiología se relaciona con la semiótica en que ambas tienen como objetivo el estudio de los signos en la vida social, pero difieren en cuanto a la metodología empleada. La semiología estudia sistemas de signos sociales que funcionan a la manera del lenguaje, por ejemplo, mitos, moda, y adhiere a los métodos científicos”[5]

En cuanto a Semiótica, expresa que es la “ciencia que estudia las unidades lingüísticas (o de otro orden) llamadas signos, a fin de identificarlas, describir sus marcas distintivas y descubrir su significación. A diferencia de la semiología, la semiótica intenta separarse de la metodología lingüística”[6]

El origen latino, en la lengua de Saussure, la hace reaparecer como “semiología” (“sémiologie”), mientras que, en la lengua de Peirce, el origen anglosajón la actualiza como “semiótica” (“semiotics”). Por la competencia teórica predominante de estos dos autores, la lingüística en Saussure y la filosofía y la lógica en Peirce, también se suele utilizar la diferencia para enfatizar el ámbito de los estudios vinculados con la literatura en el caso de la semiología, frente a los vinculados a otras formas de comunicación, como las imágenes y/o los objetos y/o los comportamientos, en el caso de la semiótica. Por la misma razón, se adscribe la semiótica a los estudios de mayor rigor y exigencia científica. De todas formas, el motivo de la diferencia va relegándose al origen histórico y cada vez más se impone el término “semiótica”, quizá por la invasión del inglés acompañando a la innovación tecnológica.

Algunos autores (entre ellos el semiólogo italiano Umberto Eco lo declara expresamente), usan desde entonces como sinónimos los dos términos, si bien la orientación metodológica o los temas que estudian difieren de unos a otros y, a veces, se ha interpretado que las diferencias de contenido o de tratamiento responden a diferencias en el nombre con que titulan la investigación realizada. Pero la tendencia parece ser la utilización del término Semiótica, como expresión de los estudios del signo en general.

Esta disciplina fue objeto de estudio científico inicialmente por Ferdinand de Saussure (en sus cursos de Linguística General 1907-1911, en Ginebra; publicaciones posteriores de sus discípulos S. Bally y A. Sechehaye, Cours de Linguistique Générale, 1a edición en castellano Curso de Linguística General, Editorial Losada, Buenos Aires, 1945. Y H. Godel Les Sources manuscrites du Cours de Linguistique Générale, Ginebra, Droz y Paris, Minard, 1957).

Aportaciones posteriores de consideración: Eric Buyssens; los estadounidenses William Whitney y Charles S. Peirce, Ogden y Richards; Roland Barthes; Umberto Eco. Eliseo Verón José y Luis Prieto en Latinoamérica. La "escala semántica" de Osgood, y otras aportaciones más, entre las que destacan diversos estudios ya más especializados y orientados a los medios masivos de comunicación, como la semiología del cine, primero; y posteriormente la semiología del periodismo, de la televisión, de la publicidad, así como las aportaciones de la escuela norteamericana de análisis de contenido (content analysis), terminan por delinear un estudio mucho más exhaustivo y completo.
     

¿Qué es el Signo?


Se entiende por Signo, todo aquello que por su naturaleza o por convenio, sirve para representar otro objeto o idea. Ya los antiguos griegos habían distinguido en el signo una relación entre significante, definido como algo sensible (perceptible por los sentidos) y el significado o aquello a lo que el significante se refiere.

Existen signos naturales (no codificados) y artificiales (codificados)[7]. Los primeros son los que la naturaleza genera y son interpretados por el observador. A estos tipos de signos se les denomina también indicios o índices, atendiendo a una clasificación de Charles Peirce que se verá más adelante. Por ejemplo: las arrugas en la piel de una persona es indicio de vejez; el olor a tierra mojada traído por el viento, es indicio de que está lloviendo en alguna parte; la migración de animales es indicio de un fenómeno natural (tormentas, inundaciones, terremotos, etc.).

Los signos artificiales, en cambio, son creados por convenio o convención y tienen que ver con los lenguajes. El signo lingüístico, por ejemplo, es convencional, porque fue creado por el ser humano para su comunicación; no es que surgió de manera natural. Las señales de tránsito, el sistema Morse, el sistema Braile (escritura para personas no videntes), la manera de vestir, etc. son signos artificiales.

El médico Hipócrates (Aproximadamente entre 460y 377 a. de C.) cuando hablaba de los síntomas de una enfermedad utilizaba la palabra semeion (signo); por su parte, Parménides (Aproximadamente, entre 504 y 450 a. de C.) se refería como signos a las pruebas de verificación de algún hecho.

Por su parte, Platón (428-348 a. de C.), hace alusión al signo cuando expone su pensamiento sobre las ideas. Estas ideas están manifestadas en el Mito de la Caverna, en su obra “La República”, donde Platón compara el mundo de las ideas con las sombras de personas que se proyectan en los muros de una caverna. “Para Platón, ese mundo trascendental de las ideas constituye la realidad superior y verdadera; por el contrario, las cosas del mundo que perciben los sentidos sólo producen opiniones más o menos falsas de lo real y, en consecuencia, nos dan un conocimiento imperfecto de la verdad. A esta doctrina platónica se la conoce con el nombre de dualismo gnoseológico

El filósofo Aristóteles (384-322 a. de C.) dice, por su parte, que entre la verdad y el error puede existir un margen de incertidumbre y que para acabar con ella, la técnica es la de la retórica, el arte de expresar con claridad los argumentos, lo cual hace creíble lo que deseamos afirmar. Ello, en consecuencia, evita la arbitrariedad del signo.

Los signos que tenemos de las cosas – dice – son los elementos que nos permiten llegar a la verdad de las cosas. La utilidad de las palabras radica en que sirven para denominar las cosas. En este punto, Aristóteles coincide con Platón, quien afirma que las palabras están en lugar de las cosas.

Con relación a los estoicos, Victorino Zecchetto, en su obra “La danza de los signos”, dice: “El estudio del lenguaje y de la lógica acaparó grandemente la atención de los filósofos estoicos de los siglos III y II a. de C., que arrojaron nueva luz sobre la comprensión del signo. Su aporte consistió fundamentalmente en intuir por primera vez – aunque de manera no totalmente clara a causa de las premisas filosóficas en que basaron su pensamiento – la distinción entre signo, significante y significado, casi anticipándose a las modernas doctrinas semióticas”[10]

En posteriores épocas sucesivas, varios autores se refieren al fenómeno del signo, desde variadas posiciones, pero siempre manteniendo el carácter de representación como peculiaridad.

En la Edad Media los tenemos a San Agustín, Tomás de Aquino, William de Ockham y más adelante a Juan de Santo Tomás. Posteriormente aparecen: Descartes (cuyas influencias se extendieron hasta Ferdinand de Saussure, a comienzos del siglo XX); los lingüistas de Port Royal; Thomas Hobbes, John Locke, George Berkeley, Dionise Diderot, Christian Wolf, Johann Henrich Lambert y otros pensadores, filósofos, lingüistas, hasta llegar a Ferdinand de Saussure (Europa) y Charles Peirce Estados Unidos de América), en el siglo XX.

De una u otra manera, para todos, el signo es la representación, que se da por medio de un plano de expresión (lo que se escucha, lo que se ve, lo que se toca, etc.) y un plano de contenido (lo que significa eso que se escucha, se ve o se toca).


Ferdinand de Saussure (Suiza. 1857-1913), fundador de la lingüística, enfoca su concepto de Signo desde la lengua (es decir, el lenguaje hablado), a la que define como “sistema de signos (representaciones) que expresan ideas”, por lo cual es comparable con los signos escritos, el alfabeto de los sordomudos, ritos simbólicos, modos sociales de cortesía, señales militares, etc.; sólo que – dice Saussure – la lengua es el más importante de todos los signos.

“El signo lingüístico une no una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Esta última no es el sonido material, cosa puramente física, sino la psíquica de ese sonido, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos...”. A la imagen acústica, Saussure llama también Significante (es el plano de expresión referido más arriba, pero, en el caso del signo lingüístico, se refiere a la expresión de la lengua, es decir, lo que habla el emisor y escucha el receptor-perceptor) y al concepto, Significado (es el plano de contenido, o sea, lo que significa lo que se dice), de modo que el signo lingüístico está formado por la unión indisoluble entre estos dos elementos.

Es importante dejar en claro que todo signo lingüístico es acústico (se percibe a través del sentido del oído), pero no todo signo acústico es lingüístico. Por ejemplo, el ruido de una teja al caer o el rugido de un león, son acústicos, pero no lingüísticos. Lo lingüístico se refiere únicamente a la capacidad de articular palabras.

Hay que señalar también que el término “imagen acústica” puede llevar a confusiones. El mismo Saussure explica que no se trata de algo visible, sino de un estímulo que genera un concepto. Este concepto, puede ir acompañado de una figura mental, inherente al concepto, si este corresponde a un objeto visible, palpable, material. Por ejemplo, ante la palabra hablada (significante) “elefante”, en la mente del receptor se genera el concepto (significado) de “elefante”; pero, al mismo tiempo, dado que el receptor ya tuvo una experiencia visual de este paquidermo, aparece en su mente una “figura mental”, como una fotografía del objeto. Sin embargo, no todos los significantes y sus respectivos significados se refieren a objetos visibles o tangibles, como por ejemplo: Juicio, Matemáticas, Conjunción, Paz, Bondad, Simplificación, etc. Estas palabras tienen un significado, pero no una correspondiente figura mental, de modo que lo que importa es el concepto, en lo que signo lingüístico se refiere.

Charles Peirce (Estados Unidos de América. 1839-1914) concibe el signo (al que llama Representamen o Signo), como una “cualidad material” (secuencia de palabras, habladas o escritas, lo áspero y lo liso, lo frío, lo caliente, un sonido, un color, una escultura, un cartel callejero, etc.), que está en lugar de otra cosa (por ejemplo, lo caliente de la piel, está en lugar de una gripe, o representa a una gripe). Esto que es representado, es denominado por Peirce como Objeto. La presencia del signo Representamen ante un receptor, hace que éste desarrolle un proceso de comprensión o interpretación del Representamen, a partir de su propio universo de conocimiento, de su cultura, su subjetividad. Este proceso de semiosis[13], en el que convergen distintas apreciaciones y conexiones perceptivas del receptor, y que en suma es un cúmulo de significados que a su vez se convierten en representámenes con otros significados, es lo que Peirce denomina Interpretante.



Plano de expresión
Plano de contenido

Saussure
Significante o Imagen Acústica
Significado o Concepto


Peirce
Signo Representamen
Signo Objeto (aquello que es representado por el Representamen
Signo Interpretante

No siempre resulta claro el concepto de Interpretante, pues muchas veces es confundido con el de intérprete o receptor-perceptor del mensaje (sea lingüístico, visual, táctil, etc.). En realidad, Peirce establece una compleja red derivada de la relación entre el  Representamen y su Objeto; es decir, entre algo que se percibe a través de los sentidos y aquello a lo cual representa eso que se percibe.

Por ejemplo, un cartel en la autopista que muestra la figura de un cuchillo cruzada sobre la de un tenedor, se presenta ante el receptor como un conjunto visual codificado que conduce a una idea: la idea de un restaurante o parador donde sirven comida. Este soporte visual es lo que constituye el Representamen (o Signo Representamen).

El restaurante, a X kilómetros de donde el receptor se ha encontrado con el Representamen, es el Objeto representado, con un significado concreto, específico.

Pero en medio de la relación Representamen-Objeto, se desarrolla todo un proceso de significados vinculados – directa o indirectamente – con el Objeto: tiempo de recorrida que falta para llegar al restaurante, tipo de restaurante (grande, pequeño, confortable, etc.), variedad de comida que sirven, sensación de sed, sensación de apetito, alivio luego de conducir durante muchas horas, combustible, puesto que el universo de conocimientos del receptor se incluye que – generalmente – junto a un parador de la autopista existe una estación de servicio; el uso de los sanitarios, etc., etc., etc. O sea, una serie de significantes  y significados determinados por la subjetividad del receptor; significados que son, a su vez, otros signos que conducen a otros en una sucesión infinita. A esta cadena permanente de signos, Peirce denomina Semiosis que, en realidad, se inicia ya con el encuentro entre el receptor y el Representamen.

Peirce define tres momentos en el proceso de semiosis (que es lo mismo que decir proceso de desarrollo del Interpretante): 1. el momento de del Interpretante inmediato: encuentro del receptor con el Representamen y lo que ello significa (la palabra Ropa = algo con qué vestirse, cubrirse); 2. el momento del Interpretante dinámico: el efecto en la mente del sujeto (tipo de ropa, material, características, sin corresponde a lo masculino o lo femenino, tamaño, colores, etc.)

La misma situación puede ser aplicada a todo tipo de signos: lingüísticos, auditivos, olfativos, gustativos, táctiles.

“Interesa observar que Peirce define el signo no en relación con el significado de la cosa, sino remitiéndolo a otro signo, generándose de ese modo una semiosis infinita, porque el interpretante de una cosa ‘se convierte se convierte a su vez en un signo y así ad infinitum’. Cualquier representación sígnica – dice Peirce – ‘no es otra cosa que otra representación. Se constata aquí la diferencia entre la realidad de los signos y sus significados de acuerdo con cómo los podemos concebir y pensar”[14]

El universo de conocimientos

Todo signo es aprendido. Desde los primeros años, el hombre los asimila y los utiliza. El hecho de haberlos aprendido, indica que se ha establecido en cada uno de nosotros un Universo de conocimientos en el que se depositan signos auditivos, visuales, olfativos, táctiles y epidérmicos, gustativos. Estos constituyen subuniversos de los que nos servimos para producir comunicación o que nos permiten percibir el mundo que nos rodea. El universo de conocimientos es como el disco duro de una computadora, donde se acumula y se ordena sistemáticamente información de todo tipo.

En su famoso libro “Confesiones”, San Agustín (354-430 d. de C.), hace una narración bastante ilustrativa de lo que constituye el universo de conocimientos: “En la memoria – dice –  todo está almacenado de manera concreta y según su propia categoría. Todo tiene su propia puerta de entrada, como la luz, los colores y las formas de los cuerpos, que entran por la vista. Toda la gama de los sonidos por el oído; todos los olores por la nariz y todos los sabores por la boca. Lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío, lo suave y lo áspero, lo pesado y lo ligero, sea interior sea exterior al cuerpo, por el sentido del tacto que cubre todo el organismo. Todas estas sensaciones son retenidas en el gran almacén de la memoria que las archiva de no sé qué inefables y secretos fondos suyos. Pueden ser traídas y recordadas cuando fuera menester, pero cada una de ellas entra por su propia puerta para ser allí almacenadas”[15]

En el texto se puede ver la concepción de signo como representación mental: todo aquello con lo cual hemos tenido experiencia en nuestra vida, permanece en nuestro “archivo”, en forma de representación mental y nos permite conocer y reconocer la realidad. “No son las cosas que sentimos las que entran en la memoria, sino sus imágenes, siempre dispuestas a presentarse a la llamada del pensamiento que las recuerda”[16]

Así, del universo auditivo de conocimientos, se desprende el universo lingüístico o la Lengua. Son signos acústico-lingüísticos, que llegan a hacerse audibles cuando hablamos, es decir, cuando son producidos de manera articulada por el aparato de fonación humano.

Se diferencian de los demás efectos sonoros que percibimos, en que éstos son ruidos y sonidos no generados por el sistema lingüístico. Por ejemplo, el ruido de una puerta que se abre es un signo auditivo, pero no un signo lingüístico, así como el canto de un ave o la sirena de una ambulancia o una composición musical; son signos acústicos, pero no lingüísticos.


El signo lingüístico – Ferdinand de Saussure

En el siglo XX, con la aparición del Estructuralismo[17], se da importancia al lenguaje oral. En este contexto comienza a revalorarse la tarea desarrollada por el lingüista suizo  Ferdinand de Saussure, que es considerado el fundador de la lingüística moderna y uno de los precursores del Estructuralismo.

En su obra, Saussure indica un conjunto de propuestas metodológicas. En primer lugar, realiza una distinción entre Lengua y Habla. La lengua es una realidad abstracta que se hace presente y concreta a través del habla, es decir, mediante acciones individuales. La lengua es algo abstracto y que existe independientemente del individuo; el habla es la realización de esta entidad abstracta. Dicho de otra manera, existe un universo lingüístico que cada uno va adquiriendo y enriqueciendo con ello su capacidad de expresión; sin embargo, ese universo no tendrá ningún efecto si no se habla, o sea, si no se ejercita la lengua a través del habla.

Se puede entender, entonces, que la lengua permanecerá inmóvil si la comunidad de hablantes no la practica. Los que mueven la lengua son los miembros de la comunidad de hablantes.

Al identificar Saussure a la lengua como signo, es decir, como representación de ideas y conceptos, abre las puertas para la investigación del signo en general.

Todo acto de comunicación se realiza mediante signos, sean éstos visuales, auditivos, táctiles, etc. Entre los signos auditivos se encuentran los signos lingüísticos, que son aquellos mediante los cuales se vincula psíquicamente una palabra hablada[18] (significante) con un objeto (sea éste material o ideal) que es reconocido en su concepto.  Es decir, un significante (al que Saussure llama también “imagen acústica”) conduce a un significado (al que llama Saussure “concepto”). Todo signo lingüístico resulta, pues, de la unión entre significante y significado.

El signo lingüístico puede ser reconocido con las características básicas siguientes:

1.      Es biplánico (consta necesariamente de dos fases o caras: significante y significado. El significante se constituye por la sucesión de palabras (efectos sonoros articulados de acuerdo con un determinado código, producido por el ser humano mediante su aparato de fonación) que generan significados, conceptos.

2.      Es arbitrario: Arbitrario no quiere decir, en términos semióticos, “caprichoso” o “autoritario”, sino “inmotivado”, o sea, sin que exista una relación lógica entre el significante y el significado. Un significante puede tener varios significados. Por ejemplo, no hay ninguna relación natural entre la letra “A” y el sonido que tiene en castellano; tampoco con el sonido que tiene en inglés o en otro idioma. Simplemente, por convención, una determinada letra tiene un determinado sonido; y al ser un signo artificial, convencional, le cabe la denominación de signo/símbolo.
Basta comparar los diferentes signos que emplean diversas lenguas, para referirse al mismo objeto, para que quede ejemplificado el principio de la arbitrariedad; así, para el castellano “mesa”, tenemos el italiano “tavola”, el francés “table”, el alemán “tisch”, el guaraní “yekaruha”, etc.[19]


3.      El significante es lineal: en efecto, la palabra /m-e-s-a/ es una sucesión de sonidos. Llega a los oídos paulatinamente, de manera encadenada, no súbitamente. Para hablar necesitamos de un determinado tiempo en el que “extendemos” sucesivamente los sonidos del habla, en una especie de “cadena hablada”. Los signos visuales, en cambio, como por ejemplo los de un afiche o una señal de tránsito, se presentan como percepción súbita y no sucesiva.

Dice el semiótico italiano Umberto Eco que la definición que Saussure hace de Signo, “ha servido para desarrollar una conciencia semiótica. Su definición de signo, como entidad de dos caras (significante y significado), ha anticipado y determinado todas las definiciones posteriores de la función semiótica”[20]. Con sus variantes propias, toda la Semiología o semiótica posterior a Saussure, se ha basado en el signo lingüístico.


“La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso es comparable con la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., Sólo que es el más importante de todos esos sistemas. Se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología general. Nosotros la llamaremos “semiología” (del griego semeion, signo). Ella nos enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Puesto que todavía no existe, no se puede decir qué es lo que ella será, pero tiene derecho a la existencia y su lugar está determinado de antemano. La lingüística no es más que una parte de esta ciencia general. Las leyes que la semiología descubra serán aplicables a un dominio bien definido en el conjunto de los hechos humanos”.


Este fragmento, clásicamente citado, del Curso de Lingüística General, de Ferdinand de Saussure, constituye la primera definición de la lengua como sistema de signos y, al mismo tiempo, el primero proyecto de constitución de una ciencia autónoma que, formando parte de la psicología general, estudie el funcionamiento de los signos en la sociedad. En esta propuesta la lingüística sería una porción de una ciencia más general; sin embargo, los desarrollos posteriores tienen el rasgo distintivo de la utilización de los modelos y las categorías lingüísticas para el análisis de los fenómenos semiológicos. Sobre todo, en la primera etapa de los trabajos lingüísticos, han sido tomados como moldes para la interpretación de la naturaleza significante de otros hechos sociales. Es quizás Lévi-Strauss quien realiza de manera más fructífera el pasaje de categorías de la lingüística a la antropología, constituyendo la antropología estructural. Su objetivo es el de reformular el campo y el método de esta disciplina con miras a conformar una antropología cultural de más vastos alcances.

La Lengua (o universo lingüístico), que es una instancia psíquica, involuntaria y social, esté en permanente interrelación con el Habla, que constituye la ejecución de la lengua y es psicofísica (para hablar empleamos el pensamiento y el aparato de fonación), voluntaria e individual.

Todo el sistema de signos lingüísticos que se encuentra “archivado” en la Lengua, sirve de surtidor a la comunidad de hablantes para comunicarse. Y, al mismo tiempo, con lo que resulta del Habla (es decir, el continuo ejercicio o dinámica de la comunidad de hablantes) se va llenando el universo de la Lengua.

En sí, la lengua es inmutable, si la observásemos en su estado sincrónico (detenido en el tiempo), pero el permanente uso de la lengua a través del habla, hace que aquélla vaya mutando a través del tiempo. Es así, que el castellano hablado la Edad Media sería casi desconocido en el contexto del castellano actual. Solamente con el ejercicio de la comunidad de hablantes puede evolucionar la lengua y solamente con la existencia y pertinencia de la lengua puede servir el habla.

La semiótica de Charles Sanders Peirce


En la misma época de Saussure, aunque sin tener contacto con él, el lógico Charles S. Peirce, constituía otro de los pilares sobre los que se funda la semiología moderna.

El signo es para Peirce lo que resulta de la relación de tres términos (como ya se explicó más arriba) siempre sobre la base de la representación, que es la esencia de todo signo. Ve al signo como un proceso continuo: un signo conduce a otro signo y éste a otro. De allí que él habla del signo como un proceso (Semiosis) infinito. En este proceso intervienen necesariamente tres instancias: el signo en sí, al que llama Representamen (o sea, aquello que se recibe y se percibe por medio de cualquiera de los sentidos), el Objeto del signo (es decir, aquello a lo cual se refiere el signo) y, finalmente, el Interpretante, o sea todo lo que se desprende y se comprende de la relación Representamen/Objeto.  De esta manera, Peirce compone el signo de una relación triádica.

Charles Peirce concibe la semiótica como un ámbito de investigación científica de absoluta extensión y, además, con un algo grado de vinculación con la lógica, lo que le lleva a decir: “Nunca me ha sido posible emprender un estudio – sea cual fuere su ámbito: las matemáticas, la moral, la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la anatomía comparada, la astronomía, los hombres y las mujeres, la psicología, la fonética, la economía, la historia de las ciencias, el vino, la metrología – sin concebirlo como un estudio semiótico”,  y al mismo tiempo define:  “la lógica, en sentido amplio, es, creo haberlo demostrado, sólo otro nombre de la semiótica, la cuasinecesaria o formal doctrina de los signos”.

Luego, Peirce presenta nueve clases de signos, de los que los más utilizados son los signos icónicos, los indéxicos (o indexicales) y los simbólicos. Se podrá notar que las observaciones de este autor en torno al signo trascienden lo lingüístico y se extienden, de manera especial, al signo visual.

El signo icónico (icono): es una representación figurativa en la que se guarda característica analógica con respecto al objeto que se representa. Un dibujo, un retrato, un paisaje en un cuadro, transportan ante el interpretante al objeto de manera fiel, en menor o mayor medida; pero siempre identificable.

El icono de algo no es sólo el dibujo, el retrato o la fotografía que representa a algo, que reproduce la forma, el color y otros rasgos característicos, propios del objeto, sino también es el signo que sustituye a ese algo tomando de él una selección de rasgos que pueden ser captados por los sentidos.

El signo indéxico o indexical (índice): Cuando hay una relación causa-efecto entre signo y objeto. Por ejemplo, la fiebre, es índice (o indicio) de la aparición de una infección; golpes en la puerta, son indicio de que alguien está en la entrada de la casa o de la habitación.

El signo simbólico (símbolo): Cuando el signo no se parece al objeto, pero, por convención arbitraria, se le atribuye la representación. Por ejemplo, ¿por qué la bandera representa a la patria o a la nación?. En primer lugar, “patria” es un concepto abstracto y, en segundo, al no ser algo perceptible, sin forma material, se lo puede representar por una variedad de significantes. Lo mismo ocurre con el término “justicia”. En esta caso, se  buscan algunos elementos referentes a la justicia y se los corporiza en una imagen: la balanza (equilibrio, ecuanimidad para juzgar) y los ojos vendados (objetividad).


El signo desde los enfoques de Saussure y Peirce

Referencia
Saussure
Peirce



Significante
Significado
Signo Representamen
Signo Objeto
Signo Interpretante

Palabra hablada “Barco”
Sonoridad de la palabra “Barco”
Sentido receptor: oído
Embarcación, vehículo acuático, de dimensiones superiores a las de un bote.
Idem
Idem
De acuerdo a su universo de conocimiento y su subjetividad, el receptor/preceptor interpreta (infiere / deduce / connota) el signo (dimensiones, forma, características físicas)

Canto de Grillo


Sonoridad del canto de insecto.
Sentido receptor: Oído

Grillo
Lluvia cercana / Verano / Noche. Algo relacionado con el grillo, con la lluvia o el verano.
Retrato de Juan












Fotografía, dibujo, pintura, etc en soportes distintos (papel, cartón, madera, digital, etc.)
Sentido receptor: Vista
La persona de Juan
El interpretante, que conoce a Juan, podrá inferir según su relación con esta persona.
Señal de tránsito: “Siga derecho”


Soporte de materiales diversos con señal impresa.
Sentido receptor: Vista
Imperativo que indica que se puede seguir la marcha solamente en una dirección.

Depende del interpretante cumplir o no con lo que indica la señal.
Ruidos en el tejado


Efectos sonoros desarmónicos
Sentido receptor: Oído

Objeto incierto
?
Persona que se desplaza corriendo / gatos / piedras...
Superficie irregular, dura, seca y áspera


Idem.
Sentido receptor:
Tacto

Objeto incierto
Piedra / metal poroso / plástico y otro objeto.
Palabra escrita: “Vuelvo enseguida”


Soporte variado con texto escrito.
Sentido receptor:
Vista
Advertencia de acción material de retorno muy próximo de una persona.
El interpretante aguardará con paciencia / se fastidiará / se irá / dejará una nota / etc.
Aroma de flor de coco


Olor agradable de vegetal
Sentido receptor: Olfato

Flor de coco
Verano / Navidad / Paraguay / etc.
Humareda oscura y densa


Humo intenso.
Sentido receptor:
Vista

Fuego
Incendio / Quema de basural / etc.
Piel caliente de una persona


Temperatura contraria al frío, percibida en la piel de una persona.
Sentido receptor: Tacto

Fiebre
Se puede deducir el grado de la temperatura: febrícula o fiebre alta.
Huellas de pies humanos muy hundidas en la arena


Marcas sucesivas y constantes, como siguiendo un sendero.
Sentido receptor: Vista
La persona que dejó esas huellas es obesa o va cargando algo pesado.
El interpretante deduce que, las huellas están muy hundidas, ello fue producido por el peso poco corriente de la persona que las produjo; o que carga algo muy pesado.

Bebida fuerte de sabor frutal


Bebida Alcohólica de cierta densidad, con gusto a naranja.
Sentido receptor: Gusto
Licor de naranja
La experiencia gustativa del interpretante con el alcohol, le permite reconocerlo en la bebida. Asimismo, su sentido del gusto, tiene registrado el sabor de la naranja.

Automóvil con las cubiertas sucias de tierra roja


Tierra roja adherida a cubierta de automóvil.
Sentido receptor: Vista.

El automóvil estuvo en el campo, en terreno fangoso.
Según su universo de conocimientos, el interpretante puede deducir en qué región del país estuvo el automóvil.
Calles llenas de baches


Pavimento descompuesto, roto, con grietas y agujeros.
Sentido receptor: Vista

Las calles no se cuidan, no se reparan.
Se deduce negligencia, poco interés de las autoridades competentes.
Habitación con muebles y afiches de grupos de rock


Cuarto no muy grande, con muebles: una cama pequeña, armario, estantes, etc. Afiches en las paredes.
Sentido receptor: Vista.
Dormitorio
Por los afiches de grupos de rock, se connota que la persona que lo habita, es joven.
Palabras habladas: “Hola, ¿cómo estás?”

Sonoridad de las palabras.
Saludo inicial entre dos personas
Idem
Sentido receptor: Oído
Idem
Se puede deducir que las personas son amigas, porque se tutean.


Charles Morris (EE.UU. 1901 – 1979): Sintáctica-Semántica-Pragmática


La importancia de Charles Morris (a pesar de que muchos estudiosos no están de acuerdo con él), reside en su peculiar concepción de la semiología, en la propuesta de partición en áreas de estudio (semántica, sintáctica y pragmática) y en la clasificación de los distintos tipos de discurso. Al mismo tiempo, y seguramente por la influencia que los medios masivos adquirieron en Estados Unidos y en el mundo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, también Morris ve en la semiología una disciplina que debería estudiar la cultura y la conducta de los sujetos incluidos en ella[21].

La semiología estudia todos los signos, pero principalmente el «signo linguístico» es decir, la palabra o por mejor decirlo, el lenguaje.

La palabra puede ser externa (la imagen acústica o auditiva, o la palabra visual o "leída"); la palabra también es interna o formada en la mente (como las definiciones y proposiciones).

En el libro “Los significantes del consumo”, su autor, Roberto Marafioti, realiza una sintética y clara caracterización del pensamiento de Morris, como exponente de su momento histórico:


En cuanto a la noción de signo,  si bien le asigna la función de ser un proceso motivador de conducta, y a ésta la función de ser lo motivado, no existe una definición absoluta del concepto, porque el signo no tiene existencia en si sino respecto de algún punto de vista desde el cual se lo considera y en función del cual se pueden explicitar sus capacidades de sustitución. La interpretación del signo solo puede realizarse en el marco general en que se ubica el proceso de la comunicación. Morris lo dice del siguiente modo: “Es un error explicar los signos olvidando su relación con la situación en que se produce la conducta”. Y más adelante agrega que los signos “no se limitan a adquirir cierta significación en un momento determinado, sino que poseen esta significación únicamente en la historia de la vida particular de sus intérpretes y su aparición afecta, para bien o para mal, la posterior historia individual de estos intérpretes”. Los signos, para el pensador conductista, provocan estados de conducta, mentalidades condicionadas que determinan la actuación humana, recibiendo del “exterior” complemento al significado “interior”.

La tarea que Morris asigna a la semiología es la de profundizar el análisis de la función manipuladora que cumplen los signos en la sociedad contemporánea. Ya que por medio de apreciaciones, designaciones y prescripciones, la sociedad ejercita un control absoluto sobre sus integrantes.

Rescata el papel de la semiología como el de una ciencia destinada a estudiar el empleo que se realiza de los signos en una sociedad. Señala que ‘la tarea de la semiótica será fundamentalmente la de alentar y fortalecer al individuo para que mantenga su propia integridad integradora frente a las poderosas formas que tiene el mundo moderno para reducirlo a una pequeña marioneta, esclavo de los hilos de comunicación con que la sociedad lo manipula.



La distinción que ha venido a ser clásica, (debida a la aportación de Charles Morris, en Foundations ofthe Theory of Signs, Chicago University Press, 1959), hace dividir la semiótica en tres: la sintaxis, la semántica, y la pragmática.

La sintáctica (o sintaxis) atiende a la relación de los signos entre sí y la relación de unos signos con los otros, y sus combinaciones. Refiriéndose específicamente al campo lingüístico, Marta Marín define la sintaxis como “aspecto de la gramática que tiene en cuenta las funciones de las palabras y el modo en que se combinan entre sí, para producir enunciados”

La semántica atiende a la relación entre el signo y el (objeto) designado, y su criterio de validez es el significado. Sus alcances cubren y sobrepasan lo que se podría denominar “significado objetivo”, para llegar al campo connotativo. Por ejemplo, un lápiz sobre un escritorio, permite la interpretación semántica de lápiz como instrumento para escribir y escritorio como mueble sobre el cual escribir; pero un análisis semántico más profundo, lleva a interpretar también el contexto; por ejemplo: ambas cosas están en el cuarto de un estudiante.

La pragmática atiende a la relación entre el signo y el usuario (el sujeto que lo utiliza), y sus criterios de validez son el uso, la praxis, y ordenarse a la verdad mediante el enunciado (compuesto por sujeto y predicado). La pragmática trata del origen, usos y efectos de los signos en la conducta en que se presentan, así como las razones de las incidencias subjetivas en la interpretación. Un análisis pragmático del lenguaje, sería, por ejemplo, la observación de las diversas maneras de expresar un hecho por las diversas culturas.

El fenómeno del lenguaje es un símbolo típicamente humano, y aunque se encuentra lenguaje en diversas especies animales, (singularmente estudiado entre delfines y ballenas), y está presente en todas las especies de mamíferos superiores, la racionalidad como fenómeno típica y esencialmente humano, imprime al lenguaje humano el uso de un simbolismo superior.

Gestalt y Semiótica


Antes que un elemento para la semiótica, la Gestalt es conocida como disciplina terapéutica de la psicología. Su nombre, de origen alemán, significa aproximadamente, “aquello que se hace evidente para los ojos”, “lo que aparece ante la mirada y se vuelve analizable”. Se llama también a la Gestalt: “Teoría o Psicología de la Forma”.

Lo que vincula la Gestalt con la semiótica se halla focalizado en la capacidad perceptiva del ser humano que vive en un medio en el que diversos estímulos (o mensajes), visuales, auditivos, lingüísticos, etc. son vistos con diferentes significados, según la percepción de la persona.

El punto central de la teoría de la Gestalt apunta a la definción de dos aspectos de la percepción: La Forma y El Fondo.

La Forma es aquella figura que, en un contexto dado, emerge (o la hacemos emerger) ante nuestros ojos. Aquello que seleccionamos movidos por nuestros intereses más profundos. Por ejemplo, una persona con hambre, ante un cartel luminoso que presenta una escena festiva en la que se ven personas bebiendo, bailando, conversando y comiendo, de seguro la forma emergente será la del segmento que presenta a las personas comiendo. El observador se halla en un estado tal que sus intereses lo llevan a relevar lo expuesto. Esto nos lleva a pensar que la perecepción de la forma no es un hecho objetivo. El observador aisla una determinada figura (o figuras), en función de sus necesidades e intereses. El aspecto del objeto depende de las necesidades del sujeto.
Por otro lado, El Fondo es el plano posterior, lo que queda atrás luego de la selección del observador o espectador.
Esta teoría puede aplicarse a lo percibido por cualquiera de los sentidos. Un violinista, por ejemplo, al escuchar la interpretación de una orquesta, en algún momento extraería “la forma” del violín y tendrá como fondo los sonidos de los demás instrumentos.

La característica esencial de la Gestalt radica en la importancia que le da al conjunto de una estructura y no a las partes que la componen. Por ejemplo, ante la observación de un mueble determinado, no interesan tanto los materiales que lo componen, como la madera, los metales, el tapizado, el color, etc. sino el conjunto terminado. Solamente podrá tener valor para el observador el producto global y no las partes.

Su origen como disciplina de la psicología


Fueron tres científicos los que, recogiendo la experiencia de otros estudiosos, concluyeron lo la teoría gestaltica: Max Wertheimer (1880-1943), Kurt Koffka (1886-1941) y Wolfgang Kohler (1887-1967). El denominador común de sus estudios era un principio que exponía que “El todo es diferente a la suma de las partes”, del psicólogo Christian von Ehrenfelds (1859-1932).

Estas tres personas, alrededor de 1912, publicaron un trabajo que puede considerarse como el paso fundacional de la psicología gestáltica, para la cual un punto desencadenante fue la Fenomenoloía, corriente filosófica liderada por Edmund Husserl (1859-1938).

La Fenomenología observa los hechos de manera descriptiva y no trata de explicarlos, no trata de analizar las partes de los fenómenos sino verlos como una totalidad  emergente. De esto se tomaron los psicólogos para analizar los fenómenos visuales y auditivos como hechos externos al sujeto y que son percibidos de manera diferente.

El nuevo pensamiento aplicado a la psicología, que expresaba que para comprender los fenómenos hay que observarlos en las dimensiones del sujeto, del objeto y del medio, se oponía a las corrientes tradicionales que hasta entonces imperaban: El conductismo o behavorismo y el Estructuralismo. Al mismo tiempo, Sigmund Freud avanzaba con el Psicoanálisis, que tendría fuertes influencias en la Gestalt.

Pasaron luego varios estudiosos de la teoría de la Gestalt, pero quien la desarrolló de manera intensa al punto de ligar su nombre con esta corriente, fue Friedrich Salomón Perls (1893-1970), considerado como el principal fundador de la Gestalt como terapia.











Denotación – Connotación
La proyección del significante al concepto y del concepto a la connotación

Antes de entrar en tema, recordemos las tres ramas de Charles Morris: la Sintáctica, la Semántica y la Pragmática; y de las tres seleccionemos la Semántica, que es la rama de la que desprenderemos una metodología de análisis de mensajes. Ello no quiere decir que se deba prescindir de las otras ramas, porque para construir un determinado signo y su significado, se debe aplicar antes un proceso sintáctico, que, a su vez tendrá un efecto pragmático. Por ejemplo, si quiero expresar por escrito que tengo sed, debo seleccionar los códigos adecuados y escribir: “Tengo sed”. Para llegar a escribir estas palabras, realicé una combinación de signos, es decir, un acto sintáctico, todo lo cual tiene un significado (semántica) y producirá un efecto en quien lea el mensaje (pragmática).

Toda observación semántica, es decir, de significados, pasa por dos niveles: el denotativo y el connotativo. En el primer nivel interpretamos el signo de manera objetiva, tal cual se nos muestra, sin agregar ni quitar aspecto alguno. Este nivel – periférico a toda especulación – nos lleva a una simple observación descriptiva. En cambio, en el nivel profundo – connotativo – ejercemos una mirada subjetiva desde diferentes condicionantes, como nuestra cultura, estado de ánimo, afectos, etc. Por ejemplo, una cruz, será vista de manera diferente por un musulmán con relación a un cristiano.

Todo significado se sostiene en un significante[22]. Pierce diría: todo signo tiene su objeto correspondiente. En todos los casos, el signo se nos presenta en sus dos aspectos: uno sensitivo y el otro conceptual. Cada indicio se vincula con un hecho de causa y efecto. Siempre que vemos una sombra, nos remitimos al objeto que la proyecta, llámese Significante y Significado / Signo y Objeto / Plano de Expresión y Plano de Contenido / etc. Es decir, siempre hay una articulación entre aspectos diferentes en los procesos sígnicos. Todo lo cual, expone Peirce, no tendrá sentido sin la presencia del receptor interpretante.

Pero más allá de los conceptos, se desata una serie de interpretaciones “encadenadas” que nos conducen al contexto y a interpretar aspectos escondidos tras los significantes. En este proceso juegan – en gran medida – las subjetividades, la cultura, la educación, la religión y todo aquello que forja la mente y el pensamiento.

Un primer encuentro con el signo corresponde a lo meramente denotativo, a lo objetivo, de aquí se pasa al mundo de los conceptos y luego al de las connotaciones, los supuestos, las intuiciones; siempre sobre la base de lo que percibimos, es decir, lo denotado.

Utilizando las ramas semióticas establecidas por Morris (Sintáctica, Semántica y Pragmática), el análisis de los significados nos conduce a tomar como punto de partida la Semántica, es decir, lo que hace a los significados del signo.

Nos proponemos, pues, desarrollar una lectura (análisis) semántica del texto escrito o de la imagen. Al desarrollar este proceso, pasamos por dos instancias, la primera corresponde al nivel primario (es decir, donde hacemos una interpretación o lectura semántico-denotativa del signo, superficial, perceptiva).

1.      Lectura Semántico-Denotativa del signo o Nivel primario o periférico de interpretación â

Desde Peirce: Interpretante inmediato
Es el nivel del primer encuentro con el signo, es decir, el encuentro con los sentidos. Aunque deriva de un primer significado, se vincula más con el significante. Es la instancia en que percibimos aún sin juzgar o apreciar acabadamente el mensaje que nos otorga el signo. Es el simple ver, oír, gustar, sentir, oler. Es el encuentro con el significante o el signo-Reprentamen â
Instancia que corresponde, pues, a lo Denotativo.
Es este un primer momento de interpretación, un primer contacto con los significados que, por resultar objetivos, son de nivel primario o periférico. Aquí no entra a actuar la subjetividad del receptor.
Lo que es casa, se interpreta como casa; lo que es silla, se interpreta como silla, sin entrar a juzgar sus cualidades.


De aquí pasamos al nivel profundo (plano connotativo), donde hacemos una lectura semántico-connotativa del signo. Es en este punto donde entramos a inferir, suponer, especular, deducir, según los elementos significantes que nos otorga el signo; según nuestro universo de conocimientos y según nuestra subjetividad, donde entran las emociones, los afectos y los aspectos íntimos de nuestra personalidad, nuestra historia personal o grupal.

  1. Lectura Semántico-Connotativa del signo o Nivel profundo de interpretación â

Desde Peirce: Interpretante dinámico
Es la instancia del encuentro entre el signo y la subjetividad. La interpretación personal condicionada por la experiencia individual del receptor. No existe plena certeza sobre el signo-objeto sino supuestos, como resultado de una indagación en el significante (o signo-fundamento). Del contacto con el signo, se derivan interpretaciones diversas que van más allá de la simple percepción, o sea, de lo obvio, lo demasiado claro.
Este momento corresponde, pues, al lo connotativo.
Por ejemplo, si yo dijera “Gato”, la lectura no va más allá de la interpretación denotativa: animal, cuadrúpedo, felino, etc.
Al decir “pequeño gato”, estoy aplicando un adjetivo que me da información sobre el tamaño del gato.
Pero si digo “gatito”, bien puede tratarse de un gato pequeño, pero con el agregado de un rasgo de ternura, de afecto.
En una lectura semántico-connotativa existe una relación entre indicios y sus
 resultados.


En realidad, los dos niveles corresponden al significado, sólo que el nivel periférico está más “pegado” al significante y el nivel profundo se extiende a de manera infinita en el campo de los conceptos o significados.


Ampliación de conceptos

Denotación: En Semiótica, es la capacidad del lenguaje (Sea lenguaje escrito, hablado, icónico, gestual, etc.) de transmitir información sin sumarle ninguna otra sugerencia. La denotación está ligada a la función referencial del lenguaje y a la objetividad y se vincula con al aspecto significante del signo.

Por ejemplo el término adolescencia, DENOTA una etapa de la vida del hombre que abarca entre los 12 y los 20 años, aproximadamente, Y CONNOTA rebeldía, ruido, alegría, informalidad, ropa peculiar, modo de hablar particular, inestabilidad afectiva, etc.

Connotación: Es la posibilidad de comunicar indirectamente, es decir, de sugerir significaciones, además del significado reconocido y directo de la palabra. Por ejemplo, la palabra gatito, denota gato pequeño y connota afectividad, cariño.

La connotación es subjetividad, apreciación personal, inferencia o suposición en torno al objeto del cual se habla. Esa apreciación o conjetura o suposición, está en gran medida condicionada por el contexto de quien observa y de su universo de conocimientos. Así, por ejemplo, para una persona de un país nórdico, la nieve será un elemento afectivo, pues le recordará la navidad, para una persona de Paraguay será el aroma de la flor de coco el elemento que le remita a la navidad.

Otra característica de la connotación es que no precisamente lo que se connota es la realidad, sino una aproximación a ella. Yo puedo connotar (suponer) que hay un incendio al ver una humareda a lo lejos, pero puede que sea una gran fogata. El paso siguiente es el de la verificación, que me permitirá llegar a la verdad del objeto.

Tomando como ejemplo el caso del signo escrito (el significante denotado), diremos que la presencia en el texto de un indicador claro, a través del cual realizo un proceso connotativo, me conduce a una lectura semántico-connotativa. Por ejemplo: “La mujer iba, muy lentamente, apoyada en un bastón”. De este texto connoto que la mujer es una anciana, la Justificación es que iba “apoyada en un bastón”; además iba “muy lentamente”. Estas dos referencias no me dan la seguridad de que la mujer sea anciana, (puede ser una persona enferma) pero me aproxima mucho al concepto de ancianidad.

Otros ejemplos de lectura semántico-connotativa

Se plantea realizar el proceso semántico en cuadros de análisis donde se consignan dos columnas: a) la de la lectura semántico-connotativa, que corresponde a la interpretación que hacemos de determinados indicios; y b) la columna de la justificación, donde constan esos indicios (es decir, aquellos signos que nos conducen a significados). Pero no siempre los indicios se encuentran explícitos en el texto, pues muchas veces pueden formar parte de nuestro universo de experiencias culturales, afectivas, intelectuales, etc., lo cual imprime el carácter subjetivo a la interpretación

Ejemplo 1: Salió temprano y llevó paraguas

Denotativamente el texto es claro para quien maneja la lengua castellana. Conocemos perfectamente el significado de cada una de las palabras, o sea, tenemos el concepto del texto a partir del significante en su conjunto. Sin embargo, existen meta-conceptos que no figuran allí pero que están latentes o subyacentes, con diversos caracteres, según nuestros universo particular de conocimientos, de cultura, de afectos, etc., todo lo cual se ve en parte reflejado en la “figura mental” que aparece en nuestro pensamiento, como proyección “visual” del significante y de los significados. Es en este terreno donde juega el proceso connotativo.

Del texto, ¿cuál sería uno de los primeros supuestos o lecturas semántico-connotativas que surgen?; pues, que está lloviendo o que está por llover... ¿por qué suponemos eso?... (Justificación de la lectura semántico-connotativa)... pues, porque figura en el texto el significante “paraguas”. Pero ello no asegura de manera absoluta que fuera a llover o que esté lloviendo, porque quien salió puede llevar el paraguas a devolvérselo a su dueño o simplemente tenga por costumbre ir con paraguas, aunque haya sol. Aquí nos encontramos con un caso de arbitrariedad muy claro.

Pero si pudiéramos en uno de los platillos de una balanza la posibilidad de que esté lloviendo (o por llover) y en el otro que nada de esto ocurra, ¿qué pesaría más?; seguramente la primera posibilidad. Este es el argumento natural que sustenta nuestra deducción, muy simple, por cierto. El signo fundamento es, pues, la palabra significante “paraguas”, que soporta o justifica al signo-objeto que es “lluvia” o “posible lluvia”

Y, quien salió temprano, ¿es hombre o mujer?. En este caso, las posibilidades de hallar un indicio está más diluida, existe menos consistencia. Supongamos que nos inclináramos porque sea mujer el personaje. ¿Cuáles serían los argumentos o fundamentos de ello?. Algunos podrían ser indicios como:

a)      La mujer es más precavida que el hombre y tiene en cuenta que llevando paraguas, se protegerá de la lluvia.
b)      Generalmente, son más las mujeres que utilizan paraguas

¿Y si considerásemos la posibilidad de que fuese hombre?

a)      Es hombre porque salió temprano. En este fundamento están ocultas concepciones culturales muy significativas que ven al hombre como la persona a la que corresponde el rol de ir a trabajar fuera de la casa. Es decir, si salió temprano, es porque fue a trabajar y si salió temprano a trabajar, es hombre. Es una concepción que revela que en gran medida el machismo sigue marcado en nuestro universo cultural.

Otro elemento significante considerables, es la palabra “paraguas”, porque si fuese “sombrilla” de inmediato cambiaría de hombre a mujer, dado que los hombres pueden usar paraguas pero no sombrillas. Este es un condicionamiento cultural que no se puede aplicar, por ejemplo, a regiones de Oriente, en que tanto hombres como mujeres utilizan normalmente sombrillas.

b)      Salió temprano en la mañana. ¿Es acaso “temprano” sinónimo de “mañana”?, por supuesto que no, puede ser temprano en la tarde o en la noche. Sin embargo, si relacionáramos ambas palabras, notaríamos que ambas indican “inicio”, “comienzo” y el hecho de salir a trabajar nos conduce a pensar en el inicio de la jornada laboral, que, generalmente, es la mañana.

c)      La persona es adulta, de mediana edad. ¿Por qué?. Pues porque los niños no utilizan paraguas en nuestro ambiente cultural. Llevan impermeables con capucha o algo parecido, pero no paraguas.


El análisis nos demuestra que no siempre el signo-fundamento o significante, está presente de manera explícita en el texto. También se encuentra en nuestro universo cultural y, muchas veces, marca de manera muy fuerte el concepto, al punto de crear prejuicios.


Ejemplo 2: Irma maneja muy bien el Braile y hasta ahora ha obtenido muy buenos resultados.

LECTURA SEMANTICO-CONNOTATIVA
JUSTIFICACIÓN
  1. Irma es una persona ciega





  1. Irma es una estudiante

“maneja muy bien el Braile” (en mi universo de conocimientos está el significado del sistema Braile, por eso puedo relacionar ceguera con escritura, a través del Braile)

“ha obtenido muy buenos resultados”

Siempre una lectura semántico-connotativa es incierta, o sea, no se sabe con certeza si lo que expresa es realidad o no. Por ejemplo, Irma puede no ser ciega, pues no sólo un ciego puede manejar el Braile. Sin embargo, los indicios que figuran en el texto tienen bastante peso como para deducir que Irma es ciega.


Ejemplo 3

Era medianoche cuando salimos de la casa de Mariana, ¡llovía a cántaros!; pero no podíamos postergar más ese viaje. Yo cargué a Evangelina en mis brazos – pesaba apenas 40 kilos – y la cubrí con un abrigo. Afuera, Montiel y Cosme montaban guardia desde la tardecita.
Nos miramos todos antes de abrir la puerta; tío Luis, con sus ojos cansados, pudo dedicarnos una sonrisa de aliento, y la vieja Sara susurró una plegaria, abrazándonos a todos. Eso nos llenó de ánimos, aunque un temor estaba latente: ¿lograríamos pasar?

LECTURA SEMANTICO-CONNOTATIVA
JUSTIFICACIÓN
1. Las personas están huyendo de una situación de peligro.







2. Evangelina es una mujer enferma


3. La historia transcurre en una situación de guerra.
  1. a) El texto señala que dos personas montan guardia, ello conduce a pensar que hay una vigilancia ante algún peligro.    b) La despedida es dramática: “Tío Luis, con sus ojos cansados pudo dedicarnos una sonrisa de aliento”; “la vieja Sara susurró una plegaria y nos abrazó”. c) existe temor de ser descubiertos o temor de no poder atravesar un territorio: “¿lograríamos pasar?”.
  2. Si fuera una niñita no se resaltaría que apenas pesaba 40 kilos. La persona que narra la historia la cargó en los brazos y la abrigó.
  3. Cosme y Damián montaban guardia desde la tardecita. El temor de si se lograría pasar, hace pensar en una frontera vigilada. El peligro está latente.



 

Ejemplo 4

Rompiendo el viento, la daga cruzó el baldío y se clavó con firmeza en el poste, ante la sorpresa de la pandilla.

LECTURA SEMANTICO-CONNOTATIVA
JUSTIFICACION
1.       Quien arrojó la daga, se encontraba a mucha distancia del poste.








2.       La pandilla no esperaba que esa acción ocurriera.
3.       Todos los protagonistas del hecho son varones jóvenes.
1.       La daga “cruzó el baldío” (se entiende que un baldío es un predio, generalmente – y desde nuestro universo de conocimientos – de unos 12 m x 30 m ), lo que permite suponer que la daga fue de un extremo a otro (cruzar). Por otra parte, “romper el viento”, indica velocidad y una daga, para que cobre velocidad debe ser arrojada desde cierta distancia. Por otra parte, el hecho de clavarse con firmeza, también habla de velocidad.
2.       Sorpresa

3. El término “pandilla” se relaciona culturalmente con grupo de varones. También culturalmente, concebimos que las pandillas están compuestas de jóvenes violentos (daga). De los que hasta se podría hacer una caracterización socio-económica, si se desea: clase baja. Es la imagen que nos la dan principalmente los medios de comunicación, la literatura y la misma experiencia.

Ejemplo 5:

Eran simples sus andares cotidianos. Como su vida toda era simple. De su casa al mercado y del mercado a su casa, sin más ambiciones que alguien le regale una sonrisa.

LECTURA SEMANTICO-CONNOTATIVA
JUSTIFICACION
1.       El personaje del texto es mujer.












2. La persona sufre de tristeza o melancolía y soledad.
1.       Nuevamente aquí el indicio (signo-fundamento) se encuentra en el universo cultural, pues relacionamos mercado con mujer. Es como si ir al mercado sea exclusivo de mujeres. Además, se pone énfasis en lo simple de “sus andares” que se interpreta como su forma de caminar, de moverse, lo cual no sería relevante en un varón. Por otra parte, de un varón, por más que sabemos que para cualquier ser humano una sonrisa es importante, no se diría que ambiciona “que alguien le regale una sonrisa”.
2.       Su única motivación es la esperanza de encontrarse con alguien que le regale una sonrisa, que significa afecto, cariño.


TEXTOS PARA EL DESARROLLO DE ANÁLISIS
SEMANTICO-CONNOTATIVOS


Los ejercicios de análisis semántico-connotativos deben demandar el relevamiento de tres o cuatro lecturas semántico-connotativas que deben ser justificadas suficientemente, tal como se consigna en los ejemplos de las páginas anteriores. Recordar que lo obvio no es una connotación, sino lo que se supone, deduce o infiere y la justificación puede estar explícita en el texto o subyacente en el universo cultural o de conocimientos.




Textos breves

1.      En la silla permaneció sin moverse. Sólo al anochecer lograron que bebiera un poco de agua. Después se echó a llorar.
2.      Cuando me detuve ante el semáforo, junto a la placita que está frente al cementerio, los vi saliendo del supermercado, hablando tranquilamente, como si nada hubiese ocurrido.
3.      La línea roja atravesó la estancia y se instaló en la entrada. Era terrible pensar que podía atraparnos para siempre.
4.      Subió con mucho esfuerzo, sin que lo viesen, y se escondió entre las hojas. Al anochecer notaron su ausencia y lo buscaron por toda la casa.
Cuando pensaron que al fin se había ido para siempre, oyeron su horrible carcajada.
5.      Quizás no lo entiendas, porque siempre esquivaste mis afectos, pero cuando pase el tiempo, me recordarás como alguien que te enseñó lo que nunca hubieses aprendido en soledad.
6.      Ana apagó la luz y se echó cansada sobre la cama. Al día siguiente se ocuparía de
lavar los platos y tiraría esa montaña de serpentinas.



Textos de media extensión

1.      No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos, dejé de verlos. (...). Casi no me asomaba a las calle. ( de “El libro de Arena”, de Jorge Luis Borges).

2.      Era una habitación fea, húmeda, con una pintura ordinaria en las paredes y un tragaluz en lo alto, que daba al patio vecino. Había una ancha cama de madera, una mesa de noche y clavadas en las paredes una percha y muchas láminas con dibujos eróticos. Indalecio hizo una mueca de disgusto con la boca. Parecía desilusionado (de “Los herederos”, de Gabriel Casaccia).

3.      Antorchas plantadas a lo largo de la pared del jardín iluminaban el sendero por el que se fueron los invitados munidos de sus pequeñas linternas (de “El exiliado de Capri”, de Roger Peyrefitte).

4.      Se encontraron con que la baronesa había introducido ciertas modificaciones en su aspecto. Ella y sus viejas damas habían trocado sus rojos vestidos por otros blancos, los de la viudez, y madama había desenterrado, vaya a saber de dónde, unas modestas alhajas, hurtadas a la rapiña de los usureros. Había distribuido su cabellera en trenzas enroscadas y se advertía que usó de afeites para combatir la languidez”
      ( de “El viaje de los siete demonios”, de Manuel Mujica Lainez).

5.      Después de haber ayudado a desvestirse a la recién llegada, de poner los bollos al horno y de encender la lumbre, me senté dispuesta a entretenerme cantando villancicos, sin hacer caso a José, que me aseguraba que el tono que yo empleaba era demasiado mundano ( de “Cumbres borrascosas”, de Emily Brontë)

6.      Fui al asilo a escoger a la viejita y encontré una que se parecía de tarjeta postal, con su pelito recogido, sonrisa de virgen dulce y una historia que, por supuesto, pusimos en la carta. Era la viuda de un soldado viejo y pobre al que habían matado porque se negó a participar en el asesinato de Aquiles Serdán. Estaba orgullosa de su marido y de sí mismo a y encontró muy digno pedirle al presidente una máquina de coser a cambio de tantos sacrificios por la patria ( de “Arráncame la vida”, de Angeles Mastreta).




Textos extensos


EL GESTO DE LA MUERTE
(Versión libre de un cuento de Jean Cocteau[23])

No esperaba verlo a Nicasio aquella tarde. Nicasio es el muchacho que me deja los periódicos todas las mañanas, y al encontrarlo en mi puerta a las cinco de la tarde, pensé que había olvidado dejarle su importe diario. Me apresuré en buscar alguna excusa, pero él, entendiendo mi confusión, me explicó que sólo quería un poco de mi tiempo para conversar sobre algo importante.
Le respondí que sí, que tenía clase en la universidad en una hora, pero que podía escucharle.
Me pareció extraño todo aquello, especialmente el rostro pálido del muchacho y la sonrisa forzada que sostenía con dificultad.
No quiso sentarse; me pidió que le aguardara un momento y se acercó a la ventana. Me di cuenta de que alguien lo esperaba afuera o, al menos, eso supuse. Su manera de mirar la calle no era simplemente la de echar un vistazo y ello aumentó mi desconcierto.

-          Es que mi primo César me espera en su camioneta allí, frente a su casa – me informó con cierto temblor en la voz.

Se dirigió despacio hasta el sofá donde estaba yo sentado. Trataba de ser natural, mirando las cosas... los cuadros, los libros; sin embargo, algo ocurría con él que no terminaba de intrigarme.

Se sentó a mi lado... muy cerca, como preparándose para decirme algo sumamente delicado y existiera alguien allí que pudiera escucharle.

-          Profe... quiero pedirle un favor  -  dijo al fin  - . Mi primo César me lleva ahora mismo al Fortín Pozo Hondo, allá lejos, en el Chaco, y quisiera saber si usted tiene algo de dinero para prestarme. Por favor, es muy urgente que me vaya ahora y no tengo un peso, profe.
-          Bueno, Nicasio, me tomás de sorpresa, no sé cuánto necesitás. Te cuento que no tengo mucho dinero aquí conmigo ahora...
-          Lo que sea, profe, lo que sea. Es que no va a creerme si le cuento, no va a creerme – dijo casi sollozando.
-          ¿Es ... algo de chicas – pregunté creyendo adivinar el problema.
-          No, no, no es lo que piensa – interrumpió y permaneció silencioso un momento, como dudando de sí mismo; como temiendo de sus propias palabras. Yo le sonreí levemente para darle confianza y esperé.
-          Profe... esta mañana... esta mañana... me encontré con la Muerte...
-          ¿Qué? – exclamé sorprendido - ¿Tuviste algún accidente?
-          No. No es nada de eso. Me encontré con la Muerte cara a cara. La vi como lo estoy viendo a usted ahora... ¿No me cree verdad?; es dificil que me crea.

En realidad el muchacho tenía razón. No le creía un ápice; pero le di unas palmadas en la espalda, queriendo hacerle entender que lo importante no era que le creyese o no, sino que estuviera dispuesto a escucharle. Al mismo tiempo, trataba de recordar el nombre de algún sicólogo amigo.

-          Profe – agregó ya más decidido – fue aquí cerca, esta mañana después de dejarle el periódico a usted. Nos cruzamos en la esquina y ella me miró muy fijamente. ¡Yo casi me desmayo, profe!. Nos cruzamos sin que ella dejara de mirarme, ni yo a ella. Después se detuvo y me hizo un gesto de amenaza. Entonces yo corrí como un loco y ya no miré atrás. La tengo aquí en la cabeza, profe, hasta recuerdo su vestido azul oscuro, casi negro, viejo y desteñido. ¡Yo sé que pasará a llevarme hoy, profe, por eso me hizo un gesto de amenaza!. No tengo tiempo, por favor, deme lo que tenga y deje que me salve de ella. Cuando se canse de buscarme voy a devolverle el préstamo, se lo aseguro – me suplicó.

Le di algo, por supuesto; no recuerdo cuánto. Me apretó la mano muy fuerte y salió rápidamente, como si en realidad la muerte le pisara los talones. Pude oír que su primo Cesar, en la calle,  ponía en marcha la camioneta.

Esa misma noche terminé mis clases en la universidad a las 21:20 y pasé por la cafetería, con la idea de cenar algún sándwich. Había pocos estudiantes allí; la mayoría estaba ya saliendo del Campus.

Decidí hacer lo mismo y olvidarme del sándwich. Iría a mi casa, me tomaría un poco de leche y me dormiría enseguida. Pero algo hizo que cambiara de idea y me quedara: En el fondo de la cafetería, había una mujer que llamó fuertemente mi atención. No podía distinguir su rostro, pues una larga y enmarañada cabellera se lo cubría. Estaba casi echada sobre una taza de café y... vestía un abrigo azul oscuro, casi negro, viejo y desteñido.

Todo me vino de pronto... Nicasio... y sentí un temblor en mis venas. Fui acercándome lentamente, hasta muy cerca de la mesa. Ella no alzó la mirada, aunque era imposible que no se diera cuenta de mi presencia. Revolvía el café con el dedo índice y parecía decir algo entre dientes.

Ese momento de silencio parecía el último minuto antes del fin del mundo; entonces tomé fuerzas y hablé.

-          ¡Muerte!... – le dije con tono imperativo – ¿por qué hiciste eso con el pobre Nicasio?... ¿por qué le hiciste un gesto de amenaza esta mañana?.

La Muerte levantó crujiendo la cabeza hacia mí. No voy a detenerme a describir su aspecto, porque lo que me respondió, con una mueca de la que jamás voy a olvidarme, supera todo ese detalle:

-          No, no; – expresó sonriendo – no fue un gesto de amenaza. Fue un gesto de asombro, de sorpresa, pues me llamó la atención encontrármelo en Asunción esta mañana, cuando yo tengo programado verlo esta noche muy lejos de aquí; allá en el Chaco, en el Fortín Pozo Hondo.







 

El gesto de la muerte

- Jean Cocteau -
(Versión Original)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-          ¡Sálvame!, encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahan.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-          Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?.
-          No fue un gesto de amenaza – le responde – sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahan..










SENTADOS
H. E. Francis (EE.UU.)

Por la mañana el hombre y la mujer estaban sentados en los escalones del portal de su casa. No querían moverse de allí.
Con regularidad metronómica él los miraba a través del cristal de la puerta de la calle.
No se habían ido al oscurecer y se preguntó cuándo dormirían o comerían o se dedicarían a sus obligaciones.
Al amanecer seguían allí sentados. Y sentados siguieron, aguantando sol y lluvia.
Al principio sólo los vecinos más cercanos llamaban para preguntar:
-          ¿Quiénes son?, ¿qué es lo que hacen ahí?
El no lo sabía. Luego llamaron también vecinos de casas más lejanas. Y la gente que pasaba por la calle se fijaba en la pareja.
El nunca oyó al hombre y a la mujer decirse una sola palabra.
Cuando empezó a recibir llamadas de toda la ciudad, de extraños y hasta de concejales, de profesionales y oficinistas, de basureros y de los criados y de mozos, y del cartero que tenía que esquivarlos para poder entregar las cartas, se dio cuenta de que no iba a tener más remedio que hacer algo.
Les dijo que se fueran. Ellos ni le contestaron. Siguieron sentados. Le miraban indiferentes.
El dijo que iba a llamar a la policía.
La policía les echó un sermón, les explicó los límites de sus derechos y se los llevó en el coche.
A la mañana siguiente estaban allí de nuevo.
La vez siguiente la policía dijo que los metería en la cárcel si no fuera porque las cárceles estaban tan llenas, pero se buscaría algún otro sitio, si él insistía.
-          Son ustedes los que tienen que resolver ese problema –dijo él.
-          No, al revés, es usted –le dijo la policía, pero se llevaron a la pareja.
Cuando él se asomó a la mañana siguiente, vio que el hombre y la mujer estaban allí, sentados en los escalones.
Siguieron sentados allí día tras día, durante años.
Cuando llegó el invierno, él supuso que se morirían de frío.
Pero fue él quien se murió.
Como no tenía parientes, la casa pasó al ayuntamiento.
Y el hombre y la mujer seguían sentados allí.
Cuando el ayuntamiento amenazó con llevarse al hombre y la mujer, los vecinos y los ciudadanos entablaron una demanda contra el ayuntamiento: después de llevar allí tanto tiempo sentados, el hombre y la mujer se merecían la casa.
Ganaron los litigantes. El hombre y la mujer se quedaron con la casa.
A la mañana siguiente, aparecieron hombres y mujeres sentados en los escalones de portales por toda la ciudad.

(Del libro “Ficción súbita”. Edit. Anagrama, Barcelona, España. 1989.)





PUNTO MUERTO

Después de aquella noche, nunca más regresé a “La Pocilga”; y eso que soy hombre de armas tomar y jamás retrocedo ante nada. Pero lo que ocurrió ese sábado de febrero no lo olvidaré por el resto de mi vida. Fue aquélla una semana de mala onda. El lunes se dispersó la banda por un asunto de plata y yo me tuve que ver solo con el dueño del garaje, que arrojó las guitarras a la calle. El tipo no quiso saber nada; ni me oyó cuando le dije que mi viejo se bancaría el alquiler de seis meses. El martes, Mariela se vino con un humor de perros; discutimos y la arrojé de la moto, bien lejos del Campus; encima llovía. El miércoles y el jueves me quedé tendido en la cama más muerto que vivo, por culpa de una gripe. El viernes, vinieron Juanjo y Tité a reclamarme sus instrumentos; les respondí que quedaron en la calle, frente al garaje. No me creyeron; entonces les solté los perros y cerré la puerta, disfrutando de sus gritos.
Esa noche no salí, hice zapping hasta el amanecer y al final me quedé dormido en Infinito, en la mitad de una película sobre el abominable hombre de las nieves.
El sábado me levanté a las once y deambulé por Palma como un zombie volado; comí un pancho y luego me metí en un cine a ver una de acción que no me levantó el ánimo para nada. Me veía venir un fin de semana podrido, sin banda, sin plata y, por sobre todo, sin Mariela. Pero todo cambió en la noche. A eso de las diez y media, cuando iba por la octava cerveza, subido en el tejado, sonó el teléfono. Era una voz pegajosa, que me recordó a la rubia de “Atracción fatal”. Me quedé mudo por un buen rato. “Vení – me dijo -, te espero en La Pocilga a la una. Tengo algo especial para vos. Me vas a reconocer por la cadena de moto que llevo en la cintura”.
¡La gran...!, el combustible se me subió hasta la garganta... era como si repente me hubiesen inyectado sangre de jabalí.
A la una menos cinco estaba yo abriéndome paso en medio del tufo de La Pocilga. La reconocí enseguida. Era una bomba a punto de estallar; no lo podía creer. Su mirada de leona me atrajo directamente. Mostré los dientes torciendo la boca y, sin decirle nada, le tomé de la cintura. Bailamos un rato y luego anduvimos por ahí como pan y manteca. En un momento vi que, desde un rincón, me miraban Juanjo y Tité, verdes de envidia.
Cerca de las cuatro la invité a dar un paseo en moto. Era celestial tenerla aferrada a mí. Yo me sentía Tom Cruise.
Nos detuvimos en una placita oscura, cerca del Shopping del Sol. Bajamos y nos quedamos mirándonos a los ojos, cada vez más cerca. En eso, unas luces nos descubrieron. Un auto se clavó junto a nuestras rodillas y cuatro tipos nos rodearon: eran Juanjo, Tité y dos gigantes con pinta de patovicas. Sin decir nada se volcaron sobre mí y me rompieron la cara, me partieron la frente, me volaron los dientes. Después todo quedó oscuro y no supe más.
Dos días más tarde me vino a ver Mariela en el sanatorio. Se sentó en silencio en el borde de la cama y pude notar que había llorado. Me pidió que le perdonara su mala onda del martes y cuando le dije que sí, con la poca sonrisa que me quedaba, vaciló un momento y luego me pasó el diario. En una foto se veía a Juanjo y Tité colgados de un árbol; tenían una cadena de moto reventándoles la garganta y los ojos saltados como sapos y, a cada uno, le habían puesto un cartelito escrito, al parecer con sangre, que decía... Algo especial.



FAMILIA


A las cinco en punto de la mañana, vio en sueños que se encontraba dentro del placard, inmóvil y deseando con ansiedad que el teléfono dejara de sonar. Al despertar, se dio cuenta de que tenía la cabeza en medio del colchón y la almohada y que el aparato continuaba sonando.

El sobresalto inicial se diluyó cuando pudo intuir quién estaba al otro lado de la línea. Entonces no se preocupó en levantarse.

Lo hizo quince minutos después y estuvo unos instantes de pie en medio de la habitación fría y húmeda, lamentando no tomar la decisión de llamar a que le hicieran una extensión telefónica hasta el dormitorio. Desde donde estaba, podía ver el comienzo de la mañana que se filtraba a través de la cortina de la ventana, la única que daba a la calle. Podía adivinar el movimiento que ocurría ocho pisos abajo: el andar de los rostros cotidianos, los autos echando humo y ruido, el puesto de revistas en la esquina y la alternancia de buenos y malos humores de quienes se cruzarían en su camino.

Desayunó pesadamente. En realidad, todo le resultaba pesado... pesado penoso, penoso y pesado, difícil de soportar. Sentía que llevaba encima una especie de roca que le atormentaba los músculos y los huesos. ¿Será esto el peso de los años?, se preguntó mientras revolvía el café con leche, un tanto frío.

Antes de salir, tomó dos palillos de dientes, los examinó unos segundos y luego rompió, en su mitad, uno de ellos. El otro lo dejó entero. Los puso en el bolsillo del saco y salió. El resto del día fue de rutina, excepto por el pote grande de helado de vainilla que se lo compró al gordito de la esquina, al salir del trabajo. Tuvo que dar varias vueltas a la manzana antes de entrar, pensando en qué le inventaría al gordito que, seguramente, le preguntaría por qué tanto helado. Pero no fue así. Ni lo miró siquiera.

A las ocho de la noche, se encontró nuevamente cara a cara con el silencio y la ausencia. Entró en su departamento, cerró la puerta y se detuvo un rato a oscuras, con el dedo en la llave de la luz, esperando con toda su alma que al encenderla, una trouppe bullanguera saltara en medio de globos y serpentinas; que sonaran descorches de champañas y un lechón se horneara plácidamente en la cocina.

Pero no. Sólo le quedó atravesar la sala y abrir las ventanas, como todas las noches, dejando que el aire invadiera ese espacio tan comprimido y cargado de sombras. Se dio una ducha y decidió que esa vez no se acostaría a las diez. Esperaría mirando televisión, hasta que los demás fueran llegando, uno a uno; arrastrando los pies y silenciosos, igual que soldados que dejaron atrás la guerra; o ligeros y bulliciosos como chicos de colegio.

Encendió el televisor y al poco rato, en mitad del noticiero, se levantó a preparar la cena. Arregló la pequeña mesa como armando una celebración doméstica, de esas que – pensaba – se suelen hacer cuando llueve y todos se quedan en la casa. Sacó los platos de los acontecimientos especiales y hasta desempolvó una botella de buen vino que dormía en un rincón oscuro. Escogió unas gaseosas y cuidó que las compoteras para el helado quedaran bien limpias.

Cuando anunciaron la última película de la noche, lanzó una mirada más al reloj... había pasado mucho tiempo de la diez; entonces sintió que el sueño le rondaba como un buitre carroñero y que difícilmente podría ya esperar el regreso de los demás.

Al día siguiente, como a las seis treinta – una hora después de lo acostumbrado – despertó con el timbre desesperado del teléfono. Esta vez sí contestó. Era, como ya lo sabía, Raquel, la mendiga ciega de la calle Roma, que preguntaba si todo estaba bien, pues había llamado a las cinco, como todos los días, y cuarenta minutos después nadie pasó a su lado dejándole las monedas, el desayuno y los palillos de dientes, uno por cada llamada que debía hacer en el curso del día (los enteros, le indicaban que debía llamar al departamento y los cortados a la oficina). Raquel vivía en una caja de cartón, bajo el cobertizo de un edificio. Como era muy pequeñita, la caja también lo era y pasaba desapercibida.

Respondió que todo estaba en orden, que no se despertó con las primeras llamadas porque se acostaron muy tarde; que la noche anterior celebraron el cumpleaños de Fernanda y que se pasaron con el vino.

-          Estuvieron todos, ¿sabe? Por eso no pude despertarme, Raquel, disculpe... con tanta comida y trasnochada...
-          Y hoy, ¿cuántas veces debo llamar a su oficina? – interrumpió la mendiga    porque no me ha dejado los palillos, y ¿a qué hora me traerá el desayuno?; supongo que habrá quedado algo de helado de anoche.
-          Hoy no, hoy puede dejar de llamar, no será necesario. En media hora le llevo el desayuno, que esta vez viene con un poco de helado de vainilla... ¡Ah!, ¿tiene suficiente crédito de celular?
-          Si, hay suficiente – contestó la ciega y cortó.


EL ÚLTIMO VERANEO


De los muchos veranos que fuimos a la playa del puente, recuerdo particularmente uno; aquel en que la tía Amalia desapareció. Nadie se imaginó que ella, justamente ella, sería protagonista de una aventura como esa. Pero pasó, y la tía Amalia quedó en la historia del barrio.

Ella nunca quiso hacer aquel viaje, y yo supe de los motivos escuchando tras la puerta una siesta, hablar muy bajo a mis hermanas Toti y Micaela:

-          Y yo sé muy bien, tía Amalia no quiere irse para no dejar a su candidato misterioso.
-          Ah, ese que viene solamente cada quince. Lucero dice que lo vio el otro día y que parece que es policía, porque tenía botas y recorte de policía, a pesar de estar de particular. ¡Ah! y se apellida Jiménez, dice Lucero. De esto no sé cómo se enteró.
-          ¿Dónde lo vio?, porque a la casa no llega.
-          En un bar de Sajonia, allí parece que se encuentran.

Estaba claro, la tía Amalia no dejaría de ver a su enamorado por nada del mundo, con lo que le costó a la pobre conseguir que alguien se fijara en ella. Ante todos, el motivo era simplemente el desgano, el no querer veranear ese año, pero mis hermanas y yo sabíamos la verdad.

A pesar de su rezongo, de una vez por todas, el abuelo Rosendo ordenó disciplina y obediencia y, como siempre, se cumplieron sus órdenes y la tía agachó la cabeza. Sin embargo, unos días después, ya cercanos al viaje, se la vio contenta, cantar y reír.

Como siempre, salimos en la camioneta de Camilo, todos encimados, como refugiados; con bultos, conservadoras, catres, sillas, bolsas de dormir y todas esas cosas que uno lleva siempre en los viajes de veraneo. Por supuesto, había comida para el trayecto, a pesar de que sabíamos que nos quedaríamos en cuanto parador halláramos y ante toda chipera que se nos cruzara.

Los primeros días fueron terribles. Un diluvio cayó como maldición y nos mantuvo encerrados en la pequeña casa de alquiler sobre la orilla. Desde allí, los chicos mirábamos la correntada con ganas de escaparnos bajo la lluvia, mientras los hombres jugaban a las cartas y bebían y las mujeres cocinaban y hablaban como cotorras.

En el desayuno del tercer día notamos que la tía Amalia había desaparecido y salimos a buscarla por toda la costa, y hasta nos llegamos al pueblo a preguntar si alguien la había visto. Nada. Los campesinos y los del pueblo respondían con mayor incertidumbre que nosotros. Entonces fuimos a la policía.

Al hacer la denuncia hubo un sin fin de preguntas, pero los agentes parecían inseguros, indecisos; entonces el abuelo Rosendo preguntó a los gritos:

-          Pero quién es el jefe aquí, yo quiero hablar con el jefe.
-          Disculpe señor, pero el jefe no vino.
-          Cómo que no vino.
-          Está desaparecido desde ayer. Nada sabemos de él.

Hubo un silencio largo, hasta que mi hermana Micaela hizo la pregunta que yo tenía en el pensamiento:

-          Disculpe, ¿cómo se llama el jefe?
-          Es el comisario Jiménez, señorita.

El abuelo y los tíos fueron a la Gobernación, a la Municipalidad y a no sé dónde más en busca de ayuda para hallar a la tía Amalia; y las mujeres se quedaron a lloriquear.

Ese año, el veraneo se acabó antes de que la lluvia nos dejara, a mis primos y a mí, darnos una buena zambullida y a las chicas, tostarse durante horas.

Un año después llegó una carta a la casa. La recibí yo cuando salía para la escuela, pero no le di importancia porque el remitente no me decía nada: una tal Amalia de Jiménez. Se la tiré a la tía Dora por la ventana de la cocina, monté en la bicicleta y me fui.



Fragmento de “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco[24]

Primer día
Prima

Donde se llega al pie de la abadía y Guillermo da prueba de gran dureza

Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, en seguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.
Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en todo el mundo cristiano, sino la mole de lo que después supe que era el Edificio. Se trataba de una construcción octogonal que de lejos parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulnerabilidad de la Ciudad de Dios), cuyos lados meridionales se erguían sobre la meseta de la abadía, mientras que los septentrionales parecían surgir de las mismas faldas de la montaña, arraigando en ellas y alzándose como un despeñadero. Quiero decir que en algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, sin cambio de color ni de materia, y convertirse, a cierta altura, en burche y torreón (obra de gigantes habituados a tratar tanto con la tierra como con el cielo). Tres órdenes de ventanas esperaban el ritmo ternario de la elevación, de modo que lo que era físicamente cuadrado en la tierra era espiritualmente triangular en el cielo. Al acercarse más se advertía que, en cada ángulo, la forma cuadrangular engendraba un torreón heptagonal, cinco de cuyos lados asomaban hacia fuera; o sea que cuatro de los ocho lados del octógono mayor engendraban cuatro heptágonos menores. Evidente, y admirable, armonía de tantos números sagrados, cada uno revestido de un sutilísimo sentido espiritual. Ocho es el número de la perfección de todo tetrágono; cuatro, el número de los evangelios; cinco, el número de las partes del mundo; siete el número de los dones del Espíritu Santo. Por la mole, y por la forma, el Edificio era similar a Castel Urbino o a Castel dal Monte, que luego vería en el sur de la península italiana, pero por su posición inaccesible era más tremendo que ellos, y capaza de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta.
Sin embargo, no diré que me produjo sentimientos de júbilo. Me sentí amedrentado, presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina.

Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba formando un trivio, con dos senderos laterales, mi maestro se detuvo un momento y miró hacia un lado y hacia otro del camino, miró el camino y, por encima de éste, los pinos de hojas perennes que, en aquel corto tramo, formaban un techo natural, blanqueado por la nieve.

-          Rica abadía – dijo –. Al Abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas.
-           
Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes y servidores. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:

-          Bienvenido señor, no os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillero del monasterio. Si sois, como creo fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al Abad. ¡Tú –ordenó a uno del grupo-, sube a avisar que nuestro visitante está por entrar en el recinto!
-          Os lo agradezco, señor cillero –respondió cordialmente  mi maestro- y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha. No podrá ir muy lejos, porque al llegar al estercolero tendrá que detenerse. Es demasiado inteligente para arrojarse por la pendiente…
-          ¿Cuándo lo habéis visto? – preguntó el cillero.
-          ¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? –dijo Guillermo volviéndose hacia mí con expresión divertida- Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.

El cillero vaciló. Miró a Guillermo, después al sendero, y, por último, preguntó:

-          ¿Brunello?, ¿cómo sabéis…? – Es evidente que estáis buscando a Brunello, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra, pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular, cabeza pequeña, orejas finas, ojos grandes. Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraos.

El cillero, tras un momento de vacilación, hizo un signo a los suyos y se lanzó por el sendero de la derecha, mientras nuestros mulos reiniciaban la ascensión. Cuando, mordido por la curiosidad, estaba por interrogar a Guillermo, él me indicó que esperara. En efecto: pocos minutos más tarde escuchamos gritos de júbilo, y en el recodo del sendero reaparecieron monjes y servidores, trayendo al caballo por el freno. Pasaron junto a nosotros, sin dejar de mirarnos un poco estupefactos, y se dirigieron con paso acelerado hacia la abadía. Creo, incluso, que Guillermo retuvo un poco la marcha de su montura para que pudieran contar lo que había sucedido. Yo ya había descubierto que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza y, habiendo tenido ocasión de apreciar sus sutiles dotes de diplomático, comprendí que deseaba llegar a la meta precedido por una sólida fama de sabio.

-          Y ahora decidme – pregunté sin poderme contener - ¿cómo habéis podido saber?
-          Mi querido Adso – dijo el maestro – durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla como por medio de un gran libro. Alain de Lille decía que

Omnis mundi creatura
quasi liber et pictura
nobis est in speculum

pensando en la inagotable reserva de símbolos por los que Dios, a través de sus criaturas, nos habla de la vida eterna.  Pero el universo es aún más locuaz de lo que creía Alain, y no sólo habla de las cosas últimas (en cuyo caso siempre lo hace de un modo oscuro), sino también de las cercanas, y en esto es clarísimo.
Me da casi vergüenza tener que repetirte lo que deberías saber. En la encrucijada, sobre la nieve aún fresca, estaban marcadas con mucha claridad las improntas de los cascos de un caballo, que apuntaban hacia el sendero situado a nuestra izquierda. Esos signos, separados por distancias bastante grandes y regulares, decían que los cascos eran pequeños y redondos, y el galope muy regular. De ahí deduje que se trataba de un caballo, y que su carrera no era desordenada como la de un animal descocado. Allí donde los pinos formaban una especie de cobertizo natural, algunas ramas acababan de ser rotas, justo a cinco pies del suelo. Una de las matas de zarzamora, situada donde el animal debe de haber girado, meneando altivamente la hermosa cola, para tomar el sendero de tu derecha, aún conservaba entre las espinas algunas crines largas y un negras… Por último, no me dirás que no sabes que esa senda lleva al estercolero, porque al subir por la curva inferior hemos visto el chorro de detritos que caía a pico justo debajo del torreón oriental, ensuciando la nieve, y dada la disposición de la encrucijada, la senda sólo podía ir en aquella dirección.

-          Si – dije – pero la cabeza pequeña, las orejas finas, los ojos grandes…
-          No sé si los tiene, pero, sin duda, los monjes están persuadidos de que sí. Decía Isidoro de Sevilla que la belleza de un caballo exige “ut sit exiguum capuz et siccum propoe pelle ossibus adhaerente, aures breves et argutae, oculi magni, nares patulae, erecta cerviz, coma densa et caluda, urgularum soliditate fixa rotunditas”. Si el caballo cuyo paso he adivinado no hubiese sido realmente el mejor de la cuadra, no podrías explicar por qué no sólo han corrido los mozos tras él, sino también el propio cillero. Y un monje que considera excelente a un caballo sólo puede verlo, al margen de las formas naturales, tal como se lo han descrito las autoridades, sobre todo si – y aquí me dirigió una sonrisa maliciosa - se trata de un docto benedictino…

-          Bueno –dije - pero ¿por qué Brunello?

-          ¡Que el Espíritu Santo pongo más de sal en tu cabezota, hijo mío! – exclamó el maestro- ¿Qué otro nombre le habrías puesto si hasta el gran Burilan, que está a punto de ser rector de París, no encontró nombre más natural para referirse a un caballo hermoso?

Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo  en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaba n a través de ellos. Dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. Además, su explicación me pareció al final tan obvia que la humillación por no haberla descubierto yo mismo quedó borrada por el orgullo de compartirla ahora con él, hasta el punto de que casi me felicité por mi agudeza. Tal es la fuerza de la verdad, que, como la bondad, se difunde por sí misma. Alabado sea el santo nombre de nuestro señor Jesucristo por esa hermosa revelación que entonces tuve.





BIBLIOGRAFIA

Sebeok, Thomas. Signos: una introducción a la semiótica. Ed. Paidos Comunicación. Barcelona

Zecchetto, Victorino. La danza de los signos. La Crujía ediciones. Argentina. 2006

Marín, Marta. Conceptos claves, gramática, lingüística, literatura. Ed. Aique, Argentina

De Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general. Ed. Planeta

San  Agustín. Confesiones. Ed. Altaya, Barcelona

Eco, Umberto. Tratado de Semiótica General. Ed. Lumen. Barcelona. 2000

Eco, Umberto. El nombre de la rosa. Ed. Lumen. Barcelona. 1985

Marafioti, Roberto. Los significantes del consumo. Ed. Biblos. Argentina. 1993.

Bobes Naves, María del Carmen. La Semiología. Ed. Síntesis. España. 1998

Tavarone, Domingo. Fundamentos de Lingüística. Ed. Guadalupe. Argentina. 1988


[1] Sebeok, Thomas. Signos: una introducción a la semiótica. Ed. Paidos Comunicación. Barcelona, p. 11.
[2] Zecchetto, Victorino. La danza de los signos. La Crujía ediciones. Argentina. 2006
[3] Bobes Naves, María del Carmen. La Semiología. Ed. Síntesis. España. 1998
[4] La Carta Constitucional de la Internacional Association for Semiotic Studies / Association Internacionale de Sémiotique, de 1969, mantiene que Semiótica y Semiología son términos sinónimos, que desde ese mismo año se edita en París la revista de la Asociación con el título de Semiótica (Bobes Naves, Ma. del Carmen. La Semiología. Edit. Síntesis. Madrid. 1998.
[5] Marín, Marta. Conceptos claves, gramática, lingüística, literatura. Ed. Aique, Argentina, p. 189
[6] Ib.
[7] El código se define como un sistema convencional  (acuerdo social) de signos.
[8] Zecchetto, Victorino. Op.Cit. Pág. 58
[9] Estoico, viene de Estoicismo: Escuela grecorromana de filósofos, hacia 300 a. de C.-200 d. de C.; llamada así por el lugar de sus reuniones, la stoa poikile (pórtico adornado), de Atenas. Se distinguen el estoicismo antiguo (Zenón, Cleantes, Crisipo), el medio (Panecio y Posidonio; influjo de Cicerón) y el tardío (Séneca, Epícteto, Marco Aurelio) (…) Su ideal es el sabio que sólo hace lo que ordena la razón, que vive como lo exige la naturaleza, domina sus afectos, soporta el sufrimiento con serenidad estoica (En Muller, Max / Halder, Alois. Breve Diccionario de Filosofía. Ed. Herder. Barcelona. 1986)
[10] Zecchetto, Victorino. Op. Cit. Pág. 60
[11] La escritura viene a ser el signo de otro signo (la lengua, que se expresa o manifiesta por medio de lo hablado, el Habla).
[12] De Saussure, Ferdinand. Curso de lingüística general. Ed. Planeta, p. 102
[13] Cadena de percepciones e interpretaciones.
[14] Zecchetto, Victorino; Op. Cit. pag. 1
[15] San  Agustín. Confesiones. Ed. Altaya, Barcelona. Pag. 268
[16] Ib.
[17] Estructuralismo, movimiento europeo en el área de las humanidades que emergió en Francia a mediados de los años cincuenta y en el que el lenguaje desempeña una función clave. El estructuralismo tiene sus raíces en la lingüística de Ferdinand de Saussure, cuya principal propuesta es que “la lengua es un sistema de signos,  el lenguaje no es ni una forma ni una sustancia”. Su nacimiento real tuvo lugar en 1955, cuando el filósofo Claude Lévi-Strauss (influido por Saussure pero también por los antropólogos y lingüistas estadounidenses y los formalistas rusos) publicó en el Journal of American Folklore un artículo titulado El estudio estructural del mito: Un mito, donde afirmaba que el mito “como el resto del lenguaje, está formado por unidades constituyentes” que deben ser identificadas, aisladas y relacionadas con una amplia red de significados. Así pues, los fenómenos culturales pueden considerarse como producto de un sistema de significación que se define sólo en relación con otros elementos dentro del sistema, como si fuera el propio sistema quien dictase los significados.
[18] Por extensión, se puede también aplicar la denominación de signo lingüístico a las palabras escritas, que son en realidad signos o representación de las palabras habladas. No obstante, desde una posición ortodoxa, lo lingüístico se refiere al lenguaje hablado. Dice Victorino Zecchetto (Op. Cit. Pag. 89) cuando define el significante lingüístico que constituye la parte sensible del signo que puede “ser acústica (los sonidos de las palabras), o bien visual (letras de la escritura), pero siempre es algo material”.  (Aquí se usa la palabra “material” como sensible.
[19] Tavarone, Domingo. Fundamentos de Lingüística. Ed. Guadalupe. Argentina. 1988
[20] Eco, Umberto. Tratado de Semiótica General. Ed. Lumen. Barcelona. 2000. (p. 31)
[21] Marafioti, Roberto. Los significantes del consumo. Ed. Biblos. Argentina. 1993.
[22] Desde la óptica de Peirce, diríamos que todo signo-objeto se sostiene en un signo-fundamento.
[23] Jean Cocteau (1891 – 1963). Lúcido polígrafo francés.
[24] Umberto Eco (1932). Semiólogo italiano, catedrático universitario. Dio cursos en EE.UU. y América Latina. Escribió varios libros de semiótica. “El nombre de la rosa” (1980), su primera novela, alcanzó éxito mundial y fue llevada al cine.